Carta de un adicto en recuperación
Soy adicto. Esto que hoy reconozco tan abiertamente y voy repitiendo semana tras semana y reunión tras reunión, no es algo vacío y baladí. Aún se remueve algo dentro de mí cada vez que lo pronuncio. Soy adicto, soy adicto, soy adicto… al principio era vergüenza, humillación, ridículo, deshonra, rabia… a medida que avanzaba y continuaba repitiéndolo, empecé a notar cómo esta especie de mantra curativo iba rompiendo algo dentro de mí, estaba atacando y deshaciendo los cimientos de una vida que había construido sobre las bases de una conducta totalmente destructiva. Mi vida se tambaleaba sobre esos cimientos podridos y todo lo que había construido sobre ellos estaba en riesgo de colapsar y desmoronarse, perdiéndolo todo con ello.
Fue pronto cuando descubrí que mi relación con el alcohol no era igual que la de mis amigos, diría que fue antes de los 20. En esos botellones en el parque, todos los viernes, y todos los sábados, durante varios años seguidos y sin faltar ninguna semana, yo me descontrolaba más que los demás, sentía algo así como reconocimiento al ser el que más bebía, el que más “desfasaba”. La mitad de los días terminaba vomitando, a veces seguía bebiendo después, no me acordaba de las cosas que hacía; a veces me reía mucho, a veces se reían de mí. Me ayudaba a hablar con las chicas, me enrollaba con ellas, a veces no querían volver a verme… Siempre me dijeron que cuando bebía, me convertía en otra persona, que mi personalidad cambiaba totalmente. Me decían Doctor Jekyll y Mr. Hyde.
Está claro que toda mi vida he utilizado el alcohol para poder socializar. Siempre con una autoestima baja y muchas inseguridades, con el alcohol y las drogas era capaz de eliminar eso que me cohibía. Eso es lo que le enseñé a mi cerebro y sobre esos cimientos construí todos mis hábitos de conducta. Tenía que consumir, para poder enfrentarme a tantas cosas…
Fue cuando realmente tomé conciencia de ello, cuando empecé a notar que, al pronunciar ese mantra, me sentía diferente. Sí, sabía que mi torre se caía, había perdido unas cuantas plantas ya, de hecho, pero cuando, tras el derrumbe, la nube de polvo se atenuó, pude ver todo ese escombro, toda esa suciedad, esa porquería… La imagen no era muy bonita, de hecho, era fea, asquerosa, triste, aterradora, nunca había estado tan mal, jamás en mi vida había sentido tanto dolor, tanta tristeza, tanto miedo y (aquí viene lo bueno) tanta rendición. Me había hundido, estaba bien al fondo, pero también sentía que ya no podía caer más, lo asumí y lo acepté. Y señores, me rendí.
Creo que ya todos aquí sabéis qué fue lo que hizo que mi torre se cayera. Sinceramente, creo que L*** tiene buen corazón, me quería, y yo… tal como transcribieron en mi declaración al juez al salir del calabozo, “la quería más que a mi propia vida”. Era cierto eso que dije, pero es que… yo tampoco es que quisiera mucho a mi propia vida. Seguramente en ese momento también quería más a un bocadillo de lomo con queso que a mi propia vida. L*** se cansó, como ya se cansaron otras antes, de compartir su vida con un adicto. Se cansó de las resacas, de los desplantes, de que la avergonzara en público, de los días desaparecido, de las infidelidades, de la preocupación, del miedo… de no ser feliz… La he culpado mucho por haberme denunciado, lo sabéis, porque podría haberse ido sin más, podría haberme dejado como hicieron las demás, porque aquello que hice no fue tan grave, porque yo no soy un maltratador, porque yo no soy mala persona… Pero lo cierto es que debo aceptar lo que hice, porque sí que fue grave, porque sí que la traté mal, porque la insulté, la escupí, la humillé, la denigré, la hice sufrir. Porque ya no podía más, porque no era feliz y porque fue la forma que encontró de salir de ahí.
Tengo muy claro el momento exacto en que toqué fondo. Aquel día me desperté, estaba en un calabozo, me encontraba fatal, me dolía tremendamente la cabeza, tenía el cuerpo agarrotado y entumecido, había dormido sobre un colchón que no tendría más de tres centímetros de grosor, que estaba apoyado sobre una especie de banco construido en el fondo y revestido con la misma baldosa pequeña, marrón y sucia que cubría las paredes y el suelo. Al otro lado de la celda, la puerta, formaba un bloque metálico de barrotes con todo el frente; barrotes rectangulares, largos, gruesos, verdes pero tremendamente desgastados por el paso del tiempo y con las marcas de haber sido pintados con dejadez en varias ocasiones durante la larga temporada que llevaban allí instalados. Entraba luz por un lucernario instalado en el techo, sin embargo, aunque al principio parecía que esa luz provenía del exterior, en realidad había una bombilla ahí dentro, de tal manera que tuve la sensación de que era de día durante todo el tiempo que permanecí allí. Todo estaba tremendamente sucio y apestaba, la humedad que había, se reflejaba en las gotas de condensación que escurrían por las baldosas de las paredes y que, al abrirse paso por la mugre, generaban un patrón de surcos verticales que se repetía por todas las paredes. Era imposible escapar del frío, el escuálido colchón forrado de plástico azul, apenas me aislaba del helado poyete y, envuelto en una manta gris, apretaba todos los músculos de mi cuerpo de los que tenía control, para poder detener la tiritona descontrolada en la que me encontraba. Jamás en mi vida he entrado en contacto con nada que desprendiera un olor semejante al de esa manta, si alguna vez habéis estado cerca de un vagabundo que haya permanecido sin asearse varias semanas, sabréis cuál era el tono al que me refiero. No me separé de esa manta en casi 40 horas, me cubría la cabeza para huir de la desconcertante luz y ese olor se impregnó en mí hasta más de dos días después, cuando llegué a mi casa y pude ducharme.
Llevaba un pantalón verde y una camisa vaquera, que me acababa de regalar mi tía por Navidad (era el 21 de enero), me la había remetido por dentro de la ropa interior, me aliviaba del frío, les pedí varias veces que me devolvieran mi abrigo… me lo darían al día siguiente cuando me trasladaron de calabozo. Gracias a Dios ese día llevaba unos botines, sin cordones, otras veces me habían quitado los zapatos también por ello.
Recuerdo estar sobre el poyete, acurrucado por la tiritona, bajo la manta, con dolor físico y emocionalmente destruido, totalmente sobrepasado por la situación y deseando, como no he deseado nunca nada en mi vida, poder salir de ahí, que todo acabara.
Ese fue mi fondo, fue el peor momento de mi vida. Lo tengo muy presente, lo recuerdo a veces y recuerdo estos detalles, porque no quiero que se me olvide, porque eso es lo que tengo cuando consumo, porque esa persona también está dentro de mí: Mr. Hyde. No puedo seguir escondiéndolo y hacer como si nada. Esa persona, que tanto asco me genera, que tanto daño me ha hecho, esa persona que tanto odio, mi peor enemigo, soy yo; y no se me va a olvidar, esta vez no.
Así, de esta manera, habiendo sentido mi fondo, estando bien rendido y continuando con mi mantra (Soy Adicto) día tras día, mis sensaciones al pronunciarlo volverían a cambiar, seguía hundido pero, empecé a sentir la decisión, la determinación, el convencimiento, la fuerza… tomé conciencia de dónde estaba, de la situación en que me encontraba, de lo lejos, o lo profundo que había llegado. Mientras limpiaba todos esos escombros y cascotes de mi torre derrumbada, hice balance de daños, la situación era grave, a punto estuve de perderlo todo. Esta vez sí que me había salvado por los pelos, esta vez no iba a mirar para otro lado, iba a afrontar la situación. Soy adicto, ese mantra estuvo ahí para entrar en mí el día en que por fin limpié todo y penetró hasta los cimientos, se instauró en lo más profundo y lo impregnó todo. Lo que quedó tras la limpieza fue poco, estaba débil, frágil, vulnerable, pero sabía que al menos eso que se veía, era mi materia prima, mi esencia, era material auténtico, estable, duradero. Ya todo lo que a partir de ahora construya, va a estar cimentado sobre ello, va a ser sólido, va a ser fuerte, firme, sensible, bonito…
Y qué bonito el día que empecé a levantar la cabeza, el mantra estaba ahí conmigo, y, ¿cómo podía ser que sintiera
eso, era algo nuevo, era algo…positivo. Soy adicto pero… ¿cómo puede ser que no agache ya la cabeza, que no aparte la mirada al decirlo? Tengo energía, aprieto los dientes, postura erguida y esto que siento es… orgullo. El orgullo del que trabaja poniendo todo lo que tiene en algo de lo que está convencido. Esto es lo que tengo, todo está al descubierto, ya veis que no es gran cosa y está todo endeble, pero aquí estoy, trabajando día y noche en ello, convencido, determinado, enérgico; orgulloso…
El ver claro mi propósito me hizo ganar seguridad, esa seguridad me hizo levantar la cabeza, con la cabeza alta era capaz de mirar a lo lejos y allí a lo lejos es hacia donde caminaba convencido. Igual no sabía muy bien hacia dónde me dirigía, pero sabía que el camino que había tomado era el correcto.
Y en ese camino es en el que permanezco desde entonces, sigo construyendo mi torre. No hago uso ya de esos materiales de los que antes me servía, para lograr avanzar de manera fraudulenta y engañosa. La mentira, la manipulación, la apariencia, el egoísmo, el rencor, la venganza, el resentimiento, la envidia… son cosas que estoy tratando de no utilizar. Tengo mucho escombro lleno de eso para el que lo quiera.
Y yo construyo, pero no soy el único. Aquí a mi alrededor hay muchas otras torres, y más constructores increíbles. La suerte (o el poder superior… así nombro algo del programa al menos una vez…) hizo que en este mismo momento coincidiera con exactamente la gente que yo necesitaba. Cada uno de vosotros sois en este momento, en la medida en que os habéis abierto, dejando ver también vuestros cimientos, gente auténtica que muestra su esencia, su verdadero ser. Y todo eso que mostráis es puro, porque es primario, ya no está contaminado, es originalmente bueno. Aquí podré ver dolor, pero no conduce al sufrimiento ni a la autocompasión; veré ira, pero no acabará en la venganza, ni en la autodestrucción; veré vergüenza y arrepentimiento, pero no se esconderá con mentiras; veré felicidad y orgullo, pero sin arrogancia, sin levantar envidias.
Si mi vida fuera una revista, seríais las personas del año, la lista Forbes de mi vida. Todos y cada uno de vosotros lo sois como individuos, los que lleváis más tiempo y los que apenas unos días. Pero también lo sois como piezas indispensables de este genial mecanismo de recuperación que existía antes de nuestra llegada y que continuará existiendo cuando nos marchemos. Los integrantes cambian, pero el grupo persiste, es algo precioso como concepto, casi matemático. Las personas entran, absorben toda esa energía que los veteranos inyectan y a medida que se van llenando de ella, pueden ir dejando en el grupo la energía que ellos mismos van generando, para que los más nuevos la puedan ir recogiendo. Es maravilloso, y perfecto.
Este año que he pasado con vosotros ha sido el año más importante de mi vida, y no lo digo a la ligera. Yo no he tenido hijos, no me he casado, no he escrito un libro ni he dado la vuelta al mundo. Realmente lo más importante que he hecho y lo que más orgullo me genera es haber cambiado mi vida de esta manera. De hecho, mi logro es aún mayor, ¡yo he salvado una vida! ¡La mía propia!
Y si alguna vez se me olvida, cerraré los ojos y volveré a aquel calabozo y recordaré cómo me sentía… Físicamente dolorido, golpeado, congelado, sediento. Mentalmente bloqueado, incrédulo, ansioso. Emocionalmente derrotado, hundido, triste. Espiritualmente… solo. Y estando ahí acurrucado, sin poder controlar la tiritona, bajo esa manta, cierro los ojos, para no ver nada y no generar recuerdos de ese momento. Y deseo salir de allí, que todo acabe, deseo poder viajar en el tiempo a un lugar donde todo haya terminado, donde sea feliz, donde todo sea ya un recuerdo lejano… y si ahora abro los ojos… ya estoy en ese lugar.”