Experiencias traumáticas y recuperación de adicciones
Se entiende por experiencias traumáticas aquellas situaciones donde el bienestar, la integridad o la vida de una persona se ven amenazadas. Estas experiencias extremas pueden derivar de un suceso único de gran intensidad o eventos que se repiten a lo largo del tiempo. Son numerosos los ejemplos que podría poner en ambos casos, pero creo que el lector puede perfectamente representárselos por sí mismo.
Muchas personas pueden desarrollar un trastorno por estrés postraumático después de vivir pasar por una o varias experiencias traumáticas. El desarrollo de este trastorno va a depender tanto de la situación en sí como de las características de cada uno. Por ejemplo, varias personas pueden ser vivir una misma situación extrema, pero no todas desarrollarán un trastorno de estrés postraumático.
No obstante, aunque no toda experiencia traumática conduce a este trastorno, es necesario que sean debidamente atendidas, procesadas e integradas en la experiencia. Lamentablemente no siempre ocurre así y las personas las afrontan como buenamente pueden. Una de las formas más comunes es a través del consumo de alcohol, psicofármacos u otras drogas ilegales.
En el presente post me gustaría hacer referencia a estas experiencias traumáticas que suelen encontrarse en el desarrollo de las distintas adicciones. Como añadido, puede ser interesante pensar en la adicción como una experiencia traumática en sí misma. También las etapas de crecimiento durante la recuperación y el rol de la espiritualidad en todo este proceso. Como casi siempre, lo haré auxiliándome de diferentes publicaciones científicas.
Afrontamiento con alcohol y drogas
El caso de Margaret lo encontré en un artículo científico y, aunque puede ser similar a otros, no se trata de la historia de ninguno de los pacientes que he conocido en la Clínica Recal para el Tratamiento de Adicciones. Creo que esta aclaración es necesaria. Advierto que es una historia muy dura, pero creo que ilustra muy bien el tema en el que nos adentramos.
“Margaret creció en un ambiente caótico, donde experimentó abuso físico por parte de sus padres alcohólicos y más adelante en una relación abusiva. Durante un evento particularmente inquietante, recordó que la golpearon brutalmente y luego la encerraron en un armario, sangrando, durante varias horas. También recordó que, entre los 8 y los 14 años, su padre abusaba sexualmente de ella mientras estaba intoxicado.
Cuando Margaret tenía 16 años, fue hospitalizada involuntariamente después de un intento de suicidio y, posteriormente, se involucró en una relación sexual con un paciente masculino que la obligó a participar en un grupo de sexo sadomasoquista. Esto ocurrió en diversas ocasiones durante un período de seis meses. Después de esta experiencia, Margaret comenzó a abusar de una variedad de sustancias, principalmente alcohol.
Bebía hasta una caja de cerveza al día, que dijo que la usaba principalmente para ayudarla a dormir y para suprimir las pesadillas del abuso sexual, y también en respuesta a los recordatorios de trauma que experimentaba con frecuencia en la vida diaria. Cuando estaba abstinente, Margaret tenía pesadillas extremadamente vívidas y perturbadoras, agitación y nerviosismo profundos, y reactividad aguda a una variedad de señales ambientales que le recordaban sus experiencias traumáticas.”
Tristemente, el caso de Margaret no es único. Son muchas las personas que transitan por situaciones similares y muchas otras las experiencias que llevan a una persona a afrontar sus traumas mediante el consumo de alcohol, drogas y otras adicciones comportamentales.
En 2017 BMC Psychiatry publicaba una revisión sobre la relación entre la exposición a traumas interpersonales y las adicciones. Los investigadores buscaron en ocho bases de datos donde encontraron casi 3000 estudios relevantes para el tema. Finalmente, eligieron alrededor de 200 que cumplían las condiciones requeridas para hacer un análisis con el mayor rigor posible y abarcaban una muestra de casi medio millón de personas.
Los resultados respaldan la idea de que no toda experiencia traumática conduce a una adicción. Esto es algo lógico y hasta de sentido común. Sin embargo, una relación muy fuerte e interesante fue aquella que se encontró entre la exposición a experiencias traumáticas en la infancia y el desarrollo de una adicción en una etapa posterior. Es decir, que sufrir vivencias traumáticas durante la infancia puede ser un factor que predispone al desarrollo de una adicción para un importante número de personas.
Debo decir que en estos estudios la clasificación del tipo de trauma es muy general y se ganaría mayor claridad si se pudiera segmentar este análisis atendiendo a modalidades más específicas de experiencias traumáticas. Otra limitación de estos estudios es que se realizan una vez que la adicción se ha manifestado.
No obstante, este conocimiento es importante, porque ayuda a explorar a profundidad las experiencias traumáticas de aquellos que padecen una adicción y buscan la recuperación. Sobre todo, las que se relacionan con las etapas tempranas del desarrollo. La resignificación de estas experiencias, usualmente suprimidas de forma ineficaz por los pacientes, sienta las bases para la recuperación de adicciones y el crecimiento personal.
Crecimiento postraumático y recuperación de adicciones
Un interesante artículo en Journal of Substance Use, propone aplicar los principios del crecimiento postraumático a la recuperación de adicciones, a la vez que considera la adicción como un evento traumático en sí mismo.
En este sentido, el proceso de recuperación de adicciones puede verse como un proceso de crecimiento postraumático, además de un proceso de crecimiento personal. Para ello los autores delinean una serie de etapas que tienen que ver con diversas posiciones teóricas sobre el cambio terapéutico que no me voy a detener a explicar en este espacio.
En recuperación el reto fundamental consiste en mantener el compromiso con la abstinencia a través de la creación de nuevas redes de recuperación, estilos de afrontamiento y formas de relacionarse con las demás personas. En este sentido, el desarrollo de un grupo de fortalezas del carácter y valores espirituales parece ser una tarea fundamental.
La espiritualidad puede marcar la diferencia
En cada experiencia traumática existe un elemento en común. Las personas se ven a sí mismas indefensas, no pueden controlar la situación y se sienten impotentes ante todo lo que les está sucediendo. En este proceso la persona se convierte en una víctima y este es un término con una gran fuerza, que se graba a fuego.
Si tomamos en cuenta el concepto de indefensión aprendida veremos que tiene mucho en común con el resultado de una vivencia traumática. Uno de los resultados de este proceso es la pérdida del optimismo, la esperanza y la fe. La persona ha tirado la toalla después intentar cambiar su situación, pues los recursos que ha empleado no han sido eficaces.
Un proceso enfocado en el desarrollo de la espiritualidad como forma de encontrar un sentido a la situación y encontrar una conexión con una fuerza que trasciende al individuo puede devolver la esperanza. Existen un grupo de valores comunes a desarrollar como la conexión con los demás, la honestidad, la amabilidad, el perdón y la posibilidad de obtener justicia o redimirse, según sea el caso.
Es cierto que una persona muchas veces no puede controlar la situación o el entorno. En estos casos, una forma de “mantener el control” es volver la atención hacia la actitud con la que se encara dicha situación. En este sentido, los procesos de recuperación de adicciones y crecimiento postraumático no van por caminos separados. Interactúan y se retroalimentan en una dirección u otra.
Reconocer el problema y buscar ayuda
La imposibilidad de dejar las drogas con recursos propios conduce a la persona a una espiral autodestructiva. Una especie de agujero negro que muchas veces incluso impide que se acepte buscar tratamiento. El pronóstico para estas personas no es bueno, como lo muestran los resultados del siguiente estudio.
Se realizó un seguimiento durante un año a 402 consumidores de cocaína que rehusaron tratamiento. La mayor parte de los participantes eran solteros, con una edad media de 24 años. Predominaba el poli-consumo: cocaína, alcohol y marihuana; o cocaína, alcohol y anfetaminas.
Las conductas de riesgo más relevantes durante el seguimiento fueron las conductas delictivas y sexuales. Dentro de las conductas delictivas pueden destacarse el tráfico de drogas, robo en tiendas, supermercados, autos o casas. También se reportó atracos en la calle. Casi la mitad de los participantes reconoció que además de cometer delitos, portaban armas.
Dentro de las conductas sexuales de riesgo destacó la práctica de sexo sin protección, sexo a cambio de drogas, drogas a cambio de sexo. También se llega a la prostitución como medio de obtener dinero para el consumo.
Otra conducta con elevado reporte fue ir al trabajo bajo los efectos de las drogas. Como reportes más extremos se registraron las sobredosis, heridas auto-infligidas e intentos de suicidio.
Como se ha podido ver, el consumo de cocaína ya sea por vía nasal o fumada, resulta un importante factor de riesgo. Su consumo está relacionado con numerosos problemas, tanto de salud como sociales. Vencer la negación y buscar ayuda es un paso necesario.